La búsqueda

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Dejaré en mi pequeño refugio, parte de los relatos inspirados en juegos de rol diversos, comenzando con uno de los últimos que he escrito. Inspirado en Vampiro: La Mascarada.



La Búsqueda


“El calor sigue golpeando Kingman, se estima que la máxima llegará a los 42° en el día de mañana. Los incendios forestales del sureste de la ciudad aun no han sido controlados y las pérdidas en las cosechas ya alcanz...” ..........shhhhrrrrrr...... “...nna be your dog! Seguimos cocinándonos en este infierno, esperando esa tormenta que los meteorólogos nos anuncia desde hace días, asi que prepárense para disfrutar mañana de otro día soleado, ideal para tu cáncer de piel! Y mientras piensan en la quimioterapia, los dejo con P. J. Harvey y This is love

No pude evitar subir el volumen de la radio y comencé a tamborilear con mis dedos sobre el volante del Bel Air. Estaba seguro que todo saldría bien, y me descubrí silbando mientras dejaba atrás una gasolinera. A mi lado, en el asiento, el mapa desplegado mostraba un camino y una serie de puntos marcados. Gallup, Holsbrook, Flagstaff (esa vez estuve cerca). Tomando un marcador con mi derecha, señalé un nuevo punto que esperaba fuera el último. “¡Esta vez te tengo!”. Tenía motivos para estar alegre. Comencé a plegar el mapa pero finalmente lo dejé caer al piso del auto. Sobre el asiento quedaron al descubierto la Colt .45, las estacas, las fotos de sus víctimas.

El cartel indicaba que el “complejo industrial” estaba a unas 12 millas. No decía mucho más, y tuve que recurrir a una vieja guía de la ciudad. Bastante me había costado robarla de la Biblioteca, esperaba que sirviera al menos para algo. “Mmm.. una fabrica de fertilizantes, no... El matadero...demasiado obvio. Productos químicos, frigoríficos, insumos agropecuarios...¡Dios! ¡Esta gente es patética! Viven hundidos en bosta y granos...” En ese momento recordé algo y disminuí la velocidad mientras tomaba las fotos... Las pasé una y otra vez haciendo memoria. Kathy Hutton, Joseph Mason, George O’Keefe, Carlo Manfredi... La lista seguía, pero debía haber algo más. Algo que me evite revisar cada uno de estos edificios. El sonido de la grava aplastada por el lento moverse del auto, era lo único que se escuchaba en el lugar. Por las amplias calles vacías, se veían dos o tres fábricas aún en pie, el resto de los edificios estaba en un total estado de decadencia. Ventanas rotas, puertas desvencijadas...solo faltaba que una bola de paja cruzara el camino frente a mí para hacer de esto el escenario de una mala película de acción. Tenía que encontrar el nexo entre estas ruinas y las víctimas. Una foto, un archivo policial leído.

Hutton, ama de casa
Mason, policia
O’Keefe, ejecutivo
Manfredi...

“O’Keefe... él nació en esta ciudad. Los demás pertenecían al pueblo en que murieron, pero él...” Fechas, datos, debía encontrar lo que lo ligaba a este lugar: 52 años, casado, dos hijos, ejecutivo de una empresa de seguros en Gallup y antes de eso... propietario, otro empresario quebrado...¿Qué era? “Tractores, embaladoras, cosechadoras...”



-Maquinaria Agrícola Kinsell – me dije en voz alta, sonriendo. En el plano, solo unas pocas calles me separaban de ese lugar. Seguía yendo al mínimo posible de velocidad, para no ser escuchado. Doblé a la izquierda. Frente a mí, un enorme edificio ocupaba toda la cuadra. Una gran letra “K” se encontraba inclinada en un ángulo peligroso a unos 10 metros por encima de la puerta. Todo estaba a oscuras. Solo una fábrica abandonada entre fábricas abandonadas.
Tomé el arma, algunos cargadores, las estacas y bajé del auto. La puerta del lugar estaba cerrada. Caminé por el costado, una callejuela oscura en la que se encontraban algunos contenedores de basura. Me llevó unos minutos llegar a la puerta trasera solo para comprobar que tampoco por allí podría entrar. Subí a uno de los contenedores, comenzando a trepar por algunas cañerías, hasta alcanzar una de las ventanas del 1° piso. Estaba cerrada también, pero los vidrios estaban rotos y pasando con cuidado mi mano, pude abrir la traba del interior. La oscuridad me recibió. La pequeña oficina estaba sucia y no había sido visitada en mucho tiempo. Una gruesa capa de polvo se posaba sobre todas las cosas. Legajos, carpetas, un viejo cenicero, todo había sido reducido a un color gris uniforme por el polvo de meses o años.. Salí de ahí, sosteniendo mi arma. Al menos en la parte de oficinas era fácil darse cuenta si había estado o no...habría dejado sus huellas en el piso de la misma forma en que yo las estaba dejando...

Llegué a una puerta doble y la abrí con cuidado. Ahora, frente a mí, se encontraba un enorme galpón, grande como el hangar de un Boeing 747. Una serie de pasillos metálicos, con escaleras que descendían cada 10 o 15 metros a la planta baja, atravesaban el lugar. Sobre mí, una serie de estructuras metálicas diseñadas para sostener y desplazar grandes grúas de carga.. Abajo, cadenas de montaje, servomecanismos inmensos, desmantelados o herrumbrados, tractores (o lo que fueren) a medio construir. Tenía un laberinto por delante, solo era cuestión de recorrerlo y terminar mi búsqueda ...


Comencé por la planta baja y al descender maldije cada uno de los chirriantes peldaños de esa escalera. Sin embargo, seguía sin escuchar nada. “Pero debe ser aquí. Estoy seguro de eso”. Esperaba no estar perdiendo mi tiempo. Avanzaba lentamente. “A este paso, el amanecer estará aquí antes de lo que crees...” pensé. Pero seguramente esa criatura ya había pensado en eso. Al menos hasta el momento, había pensado todos los detalles de sus escapatorias. Dejé de moverme

Un ruido, muy leve...

Luego otro

Y otro más... ¿Un sollozo?

Alguien gemía quedamente, tratando de aguantar el llanto. En unos cuartuchos miserables, mas adelante, había una débil luz. Imaginé lo que me encontraría, pero no por eso bajé la guardia. Fui acercándome. Al abrir la puerta, me agaché. Solo se oyó el rechinar de las bisagras y el llanto creció mientras una voz incomprensible comenzó a decir algo.

-Por favor, por favor no, por favor Diosito, no – se oyó en español. Avancé. En el interior, la mesa estaba volcada sobre el piso, al igual que una linterna, unos papeles, y un hombre. Estaba boca arriba, muerto, como era evidente por los huesos que sobresalían de su pecho. El esternón y las costillas habían sido tomadas y jaladas hacia fuera del tórax . Seguí avanzando hacia la mesa y comencé a correrla. Detrás de ella, se abrieron unos asustados ojos negros mientras otra vez comenzaba la letanía del “por favor, Dios mío”. En el suelo, acurrucada, una mujer de minifalda y blusa escotada empuñaba una navaja en su mano apuntándola hacia mí. Llevaba una mínima cartera y las medias largas y negras no dejaban muchas dudas sobre lo que la había llevado ahí. “Una mala noche para salir a buscar clientes, linda”

-Está bien, señoritadije en mi pésimo español, ofreciéndole mi mano – Estoy para ayudo.

Ella se lanzó sobre mí. Llorando ahora abiertamente, me abrazó y comenzó a hablar imparablemente.

-Un... un monstruo, tiene que creerme! Le ...le sacó....- entre hipos y lágrimas, me hablaba mientras yo trataba de entender la mitad de sus palabras. La tomé de los hombros, sacudiéndola, pidiendo que se tranquilice y que hablara en inglés. Por un momento se calló y pareció reaccionar, luego comenzó a hablar en inglés –Es... es un monstruo, es enorme y...le... le arrancó ... – se quedó en silencio, mirando el cuerpo del hombre y de repente se volvió contra la pared y comenzó a vomitar. Las arcadas seguían mientras yo miraba por la puerta al exterior. Arcadas y toses se juntaban a un murmullo repetido como un mantra- lo comió... se lo comió, Dios mío. Se lo comió.

Le hice una seña para que me siga y me costó evitar que se agarre a mí. Necesitaba estar libre, preparado. Además, era imposible no escuchar el llanto de la chica... Con un poco de suerte mi presa vendría a acabar con ese “cabo suelto” y yo estaría esperando. Revisé las otras habitaciones. El muerto era un simple sereno del lugar, un pobre diablo que debía vigilar estas máquinas viejas y había muerto por ellas. Un rastro de sangre salía de esa oficina. A la luz mortecina de unas pocas lámparas alejadas, se veían oscuras gotas destacando en el piso de baldosas claras. Había huellas en el polvo, como si además de caminar arrastraran algo, a alguien que estuviera inconciente o muerto.

Sentí la mano de la muchacha en el hombro. Temblaba aun, pero se aferraba como a un protector que no fuera a dejarla desamparada. “No deja de ser extraño que te sientas así”, pensé con sorna recordando a las demás víctimas. En una oficina, pocos metros mas adelante, la luz fallaba, prendiéndose y apagándose intermitentemente. El rastro de sangre seguía hasta allí . Percibí el temblor de la mujer al oírme amartillar el arma. La oficina tenía ventanas al pasillo y por ellas pude verla, vacía salvo por un único escritorio sucio donde un sobre lacrado estaba prolijamente apoyado.


Entré. Era un pequeño espacio, la pared cubierta de papeles, una frágil estantería , con algunos viejos legajos, carpetas... Nada a nuestro alrededor. Cerré los ojos mientras daba unos pasos. "Un ciego guiando a otro ciego” pensé, y en ese instante me detuve. Me detuvo en realidad el ligero aroma que ahora sentía y que hizo brillar mis ojos. La cercanía del perfume (el fantasma de su perfume), era la cercanía de mi objetivo.

Tomé el sobre lacrado y lo abrí. Desplegando la hoja de papel frente a mí comencé a leer a la luz inestable del lugar.

Sí. Estás llegando. Te he visto. ¡Estuvimos tan cerca hace un mes atrás!
¿No lo sientes? Ese hormigueo en la espalda, ese “estar alerta” cuando buscas, la expectación del encuentro. Aunque... ¿Deseas encontrarme en realidad? Porque encontrarme es quedar sin objetivo, terminar la búsqueda te dejará vacío. Sé sincero... YO doy un sentido a tu vida.
Tengo tantas preguntas...¿Cuando fue? ¿Cuándo te diste cuenta de mi presencia? Te despiertas y me sigues, vives cómo yo. ¿Has encontrado lo que buscabas, la emoción de la cacería? ¿O se ha convertido en un acto mecánico?
Sientes lo que yo, has dejado todo atrás, has mentido, has robado... ¿Hasta que punto eres cazador o cazado? Leí lo de la muerte del archivista de la policia... eres cruel, muy cruel. Levanté la vista un segundo. Seguramente algo habría salido en los diarios locales, y ¿Por qué no habría de leerlos? Era inteligente y no por nada había logrado esquivarme hasta el momento. Este es un buen lugar para terminar esto. ¿No te parece? Al menos es tan buen lugar como cualquier otro. Un pequeño laberinto para la lucha del gato y el ratón. ¡Cada nervio del gato se tensa antes de la persecución! ¡Nada hay más peligroso que un ratón acorralado!... ¿No estás emocionado? Terminemos entonces este juego...

“Quien con monstruos lucha cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.”


-Nietszche -

-¿Eh?-

-Nada, no es nada contesté a la chica nerviosa, dándome cuenta en ese mismo instante que me miraba sonreír, sorprendida. Luego, desvió la mirada hacia el escritorio.

-Hay otro papel aquí debajo – dijo. Una hoja sobresalía de abajo de una de esas antiguas máquinas de escribir, y ella comenzó a levantarla con su derecha para sacarla de ahí. Alcancé a ver el finísimo cable que se tensaba insoportablemente, desde la máquina hasta la pared y, al escucharse un crujido me arrojé al suelo. Caí en el piso, debajo del marco de la puerta mientras un ruido sordo, como de una bolsa enorme golpeada fuertemente, junto a un “Ufff” ahogado, era seguido por el ruido de vidrios rotos. Parte de mi cuerpo había quedado asomando fuera de la oficina, y al levantar la vista, en el espacio donde estaban las ventanas, ví asomar toda una serie de afiladas varas de hierro. De tres de ellas goteaba un líquido pardo rojizo sobre los cristales rotos del piso. A lo lejos se escuchó una risa aguda.

Al levantarme y volver a entrar, ví en cuerpo de la muchacha. Un fleje de hierro a la altura del estómago, ayudaba a sostenerla. Las varas habían sido soldadas rudimentariamente y la trampa no era más complicada que cualquier trampa para animales pequeños. La miré. Una lágrima había quedado en uno de sus ojos, sin llegar a caer, y sus dedos temblaban sin control. No le quedaba demasiado. “Cinco segundos, diez a lo sumo”. Pero seguía allí. Quieta, salvo por esos dedos que se movían involuntariamente y una especie de gemido apenas audible. Una, dos, tres veces...

Se acabó.



Salí de allí. Había escuchado su risa y lo de la carta era cierto. Éste era el lugar en donde terminaríamos esto. ¿Dónde estaba? Parecía haber venido de la derecha y hacia allá fui. Solo pasillos descubiertos, ya no más oficinas. Corredores entre máquinas, flejes de hierro como el que había utilizado tirados en un montón, líneas de ensamblajes vacías y entonces la oscuridad y la risa de nuevo.“Ahí estás!” Corrí hacia ese sonido que me atraía, subiendo escaleras mientras miraba a la luz de la luna que entraba por las ventanas rotas. Mi mano apretó la culata del Colt mientras me lanzaba a la carrera atrás del sonido de sus pasos por el piso metálico del corredor.
Un salto, una escalera que ahora aparecía ante mí.
Comencé a subir nuevamente y entonces, uno de los escalones cedió y me aferré a la baranda solo para descubrir que esta también cedía y mi cuerpo comenzaba a caer. Lancé un manotazo hacia el costado y sentí el golpe en mis dedos, la mano resbalar hasta detenerse contra uno de los escalones doblados. Sentí el ruido metálico de los pedazos sueltos al caer contra el piso. Estaba colgando, sostenido por mi izquierda, sin soltar el arma de la derecha. Traté de balancearme, de encontrar un punto de apoyo...¿Cuanto era? ¿Cinco o seis metros hasta el suelo? Y que habría abajo, que habría preparado para mí? No quiero soltar el arma...

Me balanceo y mis pies rozan parte de la escalera metálica. Siento pasos por encima mío y nuevamente su risita divertida. Sin siquiera mirar, gatillo hacia ese lugar y en la fábrica abandonada, cada disparo resuena fuertemente, aturdiéndome. Dos, tres, cuatro disparos que retumban junto al sonido del metal golpeado por las balas o el rebote contra el concreto del techo. Ya no está ahí...

Puedo enganchar el pie y comienzo a subir dificultosamente. Quedo tirado sobre el resto de esa escalera y sé que debo cruzar al otro lado. Retrocedo por el pasillo metálico, buscando otro paso. Me lleva un par de minutos encontrar otro sector por donde cruzar, pero lo hago. Me dejo guiar por el sonido de los pasos lejanos, comienzo a acercarme y nuevamente su risa está allí. Azuzándome, mostrando su absoluta falta de temor o su inconciencia. Vuelve a bajar (vuelvo a bajar), a correr por esos pasillos metálicos (y tal vez lo imagine pero a veces me parece ver una sombra a solo unos metros por delante, pero al apretar el gatillo, el resplandor del disparo ya no muestra nada allí). Me golpeo a veces con alguna máquina a la que no llego a ver en esta semioscuridad y siento golpes delante mío. Ya no hay prudencia en ninguno de los dos, ahora nuestros pasos resuenan, no siento el cansancio, ni el dolor de los golpes, solo existe la carrera enloquecida en que estamos inmersos. Sigo su loca risa mientras una parte de mi mente trata de analizar qué es el otro sonido que escucho, resonando en mi cabeza.

Y me doy cuenta entonces que también yo estoy riendo



El cargador del arma se desliza lentamente a lo largo de la culata hasta que un clic me indica que está en su lugar. Tomo la corredera de la Colt y la destrabo, sosteniéndola entre mis dedos para hacer el mínimo ruido posible. Queda amartillada y con una bala en la recámara. Desde hace minutos, el silencio ha vuelto a apoderarse del lugar. Estoy en la planta baja. Ya no escucho su risa. Ya no escucho nada salvo el sonido débil de mis pasos. Y sin embargo, puedo sentir que está cerca.

Una escalera desciende hacia el sótano. Empiezo mi propio descenso a los infiernos. Oscuridad... El frío de unas luces de neón parpadeantes y débiles a lo lejos me guían. Ante mí, un amplio vestuario abandonado, los azulejos rotos, manchados de herrumbre, polvo y escombros, armarios tirados por el piso con sus puertas retorcidas, el sonido de cañerías rotas, goteando, es todo lo que hay aquí. Salgo del lugar y sigo mi camino. Ahora, hay otro resplandor adelante, otra luz, diferente, cálida. Una música comienza a escucharse, su bajo hipnótico invadiéndolo todo. Seguía sin ver a nadie más, avanzando. Al doblar por un pasillo veo las puertas de una amplia habitación abiertas de par en par. La iluminación proviene de decenas de velas, naranjas, rojas, negras, diseminadas por todos lados. Unas mantas indias estaban pegadas a las paredes, había grandes almohadones, algunos fanales que le daban a la luz un color rojizo. En una esquina un poco de incienso se quemaba, inundando todo con su perfume. ¿Cuanto hace que esto está preparado? ¿Su intención fue terminar aquí desde el comienzo o en algún momento, mientras recorría estos pueblos, decidió que así sería?. Alcanzo a ver uno de los parlantes, disimulado detrás de una cortina y todo me confirma que siempre me esperó aquí. El parlante es nuevo y toda la habitación está limpia, a diferencia del resto del lugar. “Éste es el final del camino. Todo ha sido planeado esperando este momento, es lo que buscabas. Y sin embargo aun no apareces, aun falta algo...” Miro a mi alrededor nuevamente. La iluminación es tenue, las llamas cambiantes de las velas lanzan sombras caprichosas sobre las paredes.

Camino hacia ellas, comenzando a tocar las mantas colgadas, deteniéndome a observar sus dibujos. Pero no salen de lo común, no hay nada especial en ellas. Me fijo debajo, lo que pueden ocultar. Tampoco encuentro nada debajo de la primera.
Ni en la segunda. Todo es ahora parte de nuestro final, ya no hay apuro. Al mirar, lo hago lentamente, como si cumpliera de antemano con todos los detalles de un ritual desconocido. Estoy expectante, sonriéndome mientras aparto la tercer manta.... Me encuentro con la pared, y cada uno de los pasos hasta la siguiente se me hace insoportablemente eterno.
Comienzo a correr la cuarta manta... hay unas puertas debajo...

Mi mano se acerca al pequeño picaporte, comienza a girarlo mientras el arma se eleva, apuntando, y tengo que hacer un esfuerzo para no reír ansiosamente. Las puertas se abren, descubriendo un espacio pequeño, una especie de armario. Frente a mí cuelga una sábana de raso negra, envolviendo algún enorme objeto, y agarrado a ella encuentro algo tan fuera de lugar que me sorprende. No lo esperaba y mi mano se adelanta a tocarlo, a recorrer los tallos. Un cuidado ramo de flores, de rosas rojas, se encuentra allí, como un regalo, una ofrenda. Cada una de ellas, perfecta. Cada pétalo, la forma en que están abriéndose apenas, las gotas minúsculas que reflejan la luz de las velas. Siento esas hojas bajo mis dedos, las recorro hasta llegar a los pétalos, suaves, húmedos, que apenas ceden cuando presiono.

Comienzo a sacarlo, tomándolo con mi izquierda, sintiendo algunas espinas clavarse pero apretando mis dientes, sabiendo que aún hay algo más, y lo dejo a mi lado en el piso. Detrás del ramo, un broche elaborado, de plata y esmeraldas, mantiene la sábana en su lugar. Comienzo a abrirlo, notando un ligero temblor bajo la tela. Mi índice se curva sobre el gatillo, que cede apenas, hasta llegar al punto en que la más mínima presión hará que el arma se dispare. El broche se desengancha, la sábana cae.


Y comienzo a reir

Frente a mí, el cuerpo de un hombre. Sus brazos están pegados al cuerpo, un poco por encima de sus riñones, y las manos y dedos, retorcidos, sin moverse. Las piernas, el cuerpo... No puedo parar de reír. “Es perfecto, simplemente perfecto”. Me encuentro delante de una copia fiel de mi propio cuerpo. Cada músculo, cada detalle. Esa cicatriz que me hice a los 20 años por encima de mi cadera, la de la pierna derecha... todo está ahí, una réplica perfecta. No puedo dejar de mirarlo, es como si la imagen de un espejo se hubiera vuelto corpórea y mis manos buscan el rostro, lo recorren.


-La cicatriz sobre la ceja... ¡Y esa otra pequeña, sobre el labio! –susurro, y mi voz se mezcla con una risa tímida, emocionada, que no puedo evitar. Me doy cuenta del movimiento enloquecido de los ojos, verdes. “Lo único que no coincide”, me digo, admirado por la perfección con que ha reflejado mi rostro. Los labios no se mueven, apenas sí se siente el tragar de la saliva y la respiración agitada. El arma aun apunta a su pecho y él, o eso, porque ya ha perdido entidad, solo me mira, respira, resopla mientras mi risa crece, mira a lo lejos y vuelve a mirarme y a resoplar. Lo sé, aun sin que intente decirmelo, lo sé. Veo el reflejo de mi presa en sus ojos y mi risa es ahora frenética mientras el arma se mueve, pasando por debajo de mi brazo izquierdo y disparando hacia atrás, dos, tres veces, sintiendo el quejido antes de volverme.

Al girarme la veo a unos pocos metros. Pequeña. Mirándome desde su metro sesenta, delgada, hermosa, sosteniendo la mano contra el pecho, mirándosela, manchada de sangre mientras veo en su blusa un par de orificios de bala. Es un momento que parece transcurrir en minutos, como si no pudiéramos movernos, obnubilados por la presencia del otro, y sin embargo son décimas de segundo, los casquillos caen al piso, el arma gira hacia ella, está en posición, nuestras miradas se cruzan. Disparo cuando ella comienza a moverse. Rápido, demasiado rápido. La bala hace saltar el revoque en la pared, y mi brazo la sigue tratando de alcanzarla

Un disparo
(Una manta se agita al recibirlo)

Un disparo
(Una vela salta en pedazos, estoy más cerca)

Un disparo
(Apunto al pecho, pero es el hombro el que es rozado, la campera de jean rasgada por la bala)

Ya la tengo en la mira, pero ella ha llegado y su puño sale disparado hacia delante, golpeando mi brazo, haciendo que el arma vuele hacia atrás. El canto de su mano se lanza hacia mi cuello y mi izquierda lo detiene, mientras tomo impulso y mi rodilla derecha encuentra sus costillas. El golpe la hace retroceder, la golpeo una, dos veces más y detiene el tercero, contraataca y ahora soy yo el que detengo el golpe. Pero el siguiente es demasiado rápido y me hace trastabillar. Un nuevo ataque me hace caer y grito al levantarme y lanzarme contra ella. Agarra mis brazos, un poco por encima de mis muñecas, pero el impulso nos hace caer a ambos. Está sobre mí. Doy un rodillazo en el costado de su cuerpo y se queja, afloja apenas la presa, pero no me suelta y nuevamente está encima, apretando mis antebrazos contra la mullida alfombra negra en la que hemos caído. Sus manos se cierran como si fueran esposas del mejor acero. Vuelve a mirarme, a sonreír, mostrando su boca entreabierta, los colmillos que comienzan a crecer.

Los dedos de mi izquierda rozan algo metálico y reconozco la empuñadura de mi arma. Trato de acercarla lo suficiente para tomarla. Hay deleite y burla en sus ojos. “Mírame. Mira mis ojos, mis labios cerrados de furia” Uno de mis dedos engancha la base del cargador y comienzo a empujar el arma hacia mi mano. "¡Mírame!" pienso y casi al instante me pierdo en sus ojos, en las pupilas que se contraen , en la pasión que reflejan...

Ella ríe, se acerca, casi rozándome con su pálida piel. Sus ojos brillan expectantes, me sonríe y muerde ligeramente su labio inferior, relamiéndose luego. El arma está sobre mis dedos, solo tengo que traerla... un... poco... más.
El índice roza el gatillo, cierro mi mano
Su boca golpea contra la mía, besándome mientras mi muñeca comienza a doblarse, tratando de apuntar a ciegas. Se separa riendo. “Solo un momento más” Entonces vuelve a mis labios y esta vez sus dientes penetran, muerde y todo mi cuerpo se tensa, mientras dejo escapar un gemido. Mis dedos se abren, pero ya no tengo conciencia del arma que ahora cae, definitivamente.



Ella salta por encima de la puerta del convertible, cae sobre el asiento y sacude la cabeza, jugando con su pelo. El ruido del ramo de rosas contra el cuero del asiento trasero atrae su atención y protesta

-¡Ey! ¡Me costó mucho conseguir eso!- Dice molesta, y me encanta ver su carita de enojo.

-Y es sencillamente perfecto - dije, mientras cerraba mi puerta y ponía la llave. El motor arranca al instante -Como todo lo que me regalaste hoy.

Mmmrrr...- ronronea, poniéndose de rodillas en el asiento y envolviéndome en sus brazos. Comienza a besarme, a recorrer mi cara con sus labios – Te extrañaba.

Tambien yo, hermosa- Mis manos acariciaban su espalda, empujándola contra mí, hasta que en un momento los dedos encontraron los orificios dejados por las balas en su campera al salir -¿Te dolió? -
Sonrió, aspirando aire mientras sus ojos se abrían- ¡¡¡Sí!!! – contestó en un susurro delirante mientras se subía a horcajadas sobre mí, tomando mi cara entre sus manos , hablándome sin dejar de besar – Mmm... ¿Y... que hiciste... con lo que quedó allá?...

Hice un gesto con mi cabeza. Por las ventanas ya podía verse el resplandor de las llamas. Ella se sonrió y cada beso era más tierno que el anterior

- Mmm... Linda... ¿Sabes que no es fácil manejar ...asi? - Se escuchó un “ajá” murmurado entre besos, y comencé a reír, orgulloso de mi compañera. Mi mano movió la palanca de cambios y nos pusimos en marcha. Encendí la radio, anunciaban “The Passenger” cuando comencé a acelerar - La próxima vez, seré yo quien se esconda...

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