Ella

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Ella



Recuerdo el día en que ella llegó. Aun no sabíamos si los campos estarían listos para trabajar. La noche anterior, el tronar de los inmensos cañones retumbaban en el aire. La oscuridad se rompía con destellos rojos y naranjas y todas nos acurrucabamos esperando el silbido de las bombas, rogando siempre que no fuera alcanzada ninguna de las barracas. Cerrabamos los ojos en un simulacro de sueño que nunca nos satisfacía. Era lo único que teníamos hasta el amanecer, cuando las sirenas sonaban y debíamos levantarnos. Y entonces, a los campos. Los camiones llegaban y subiamos a ellos como ganado, entre dos filas de guardias que no vacilaban en usar las largas picanas. Luego llegaba el trabajo duro: verificar que las cosechas estuvieran bien, que no hubiera que limpiar y nivelar el terreno que algun disparo había destrozado, cuidar las plantas y caminar, juntando las frutas, cargando a la espalda las enormes bolsas. Diez, once horas, desde el amanecer hasta que al fin los camiones llegaban a recogernos. Con suerte, a todas. Siempre podía haber alguna demasiado anciana cuyo cuerpo simplemente se rindiera. Serviría entonces como alimento de la tierra.
Ese dia, nadie había muerto. Subimos a los camiones y nos llevaron a las barracas. Las guardias volvieron a ponerse en fila, volvimos a bajar, como cada día. Y como cada día, las picanas dejaban marcas en nuestras espaldas o piernas. Pero esta vez, algo sucedía. Una de las guardias corrió hacia el menor de los Señores, hincándose ante él y susurrando algo. Esta vez, había una mujer de más.


Supe al instante quien era la nueva. Sus ropas eran identicas a las nuestras. Caminaba un poco por detrás mío, el pelo mostrando unos largos mechones grises. Temblaba, su espalda algo encorvada, una herida en la sien. Pero sus ojos... Había algo en ella que no podiamos definir. Tambien las Guardias la vieron. Era fácil, nos conocían bien al resto. La empujaron hacia adelante y entonces, el Señor Kradick se puso de pie y caminó hacia nosotras, con la arrogancia característica de la Casa Herrien. Todas caimos de rodillas, las manos con las palmas hacia arriba, sobre los muslos. Todas menos las Guardias... y ella.

¿No conoces tus deberes ante un Señor?- La voz de Gyrian fue seguido de un pinchazo de la picana en el muslo de la mujer, que trastabilló sin caer ni gemir. Una sonrisa apareció en el Señor, quien hizo un gesto para que detuvieran el castigo.

Una extraña, eh? Y has elegido mi Casa para venir? Se acercó a la mujer, que era tan alta como él y sus manos dieron una orden clara a la Guardia. Gyrian tomó el cuello del delantal de trabajo de la mujer y lo rasgó, haciendolo caer al piso, desnudandola. La cabeza seguía gacha. Pude notar los labios apretados. ¿Acaso buscaba que la maten? El cuerpo se mantenía fuerte, sano, sin cicatrices... Supuse que era una Reproductora que había escapado o una Concubina. Pero no, no se hubiera atrevido a enfrentarse asi a un Señor.

Y ustedes que miran? Vayan a la barraca!- ordenó una de las Guardias, y casi de inmediato, las picanas comenzaron a tocar nuestros cuerpos...


Pasaron un par de horas. La cena había sido dada, las luces se apagaron, cada una de nosotras en su catre. El único momento en que podíamos tratar de descansar. Unos pasos suaves delataban a aquellas que buscaban olvidar la vida en la barraca entre los brazos de otra. Prisioneras, no hay gemido que salga de labios de ninguna de nosotras. El castigo, si eran atrapadas, era demasiado duro. Nadie se arriesgaría a eso perdiendo el control en un momento de placer.
Mas tarde, aun de noche, una luz alumbró mi cara. Desperté, inmóvil, temblando. Luego vi a Lannean, una de las Guardias nocturnas junto con la extraña.
Ella dormirá contigo esta noche, Druss, hasta que los Señores provean un catre- Asentí, haciendole un lugar a la nueva, que se acostó sin un gesto. Luego volví a oir a la Guardian - Ven, acompañame un rato

Lannean era una buena Guardian. No solía molestarnos y yo había logrado ganar su confianza, gracias a lo cual, solía invitarme con un café o hasta galletitas. Fue ella quien me contó sobre la extraña. Luego de desnudarla, el Señor personalmente la había examinado, aunque no tomó su cuerpo. Luego la había llevado frente al Consejero de la Casa. La extraña no habló en ningun momento, aun cuando "se le había pedido", un eufemismo de las Guardianas para referirse al uso de las picanas. El Consejero sugirió esperar, pensando en algun trauma por la herida en la cabeza. Lo cierto era que no pertenecía a la Casa Herrien y estaba bien alimentada. Las Casas del Norte habían sido atacadas, tal vez se trataba de una fugitiva o simplemente de una esclava que había sufrido alguna suerte de amnesia. Hasta que algun otro de los Señores volviera de la batalla, la mantendrían aqui. Luego, probablemente termine en la Barraca de Reproductoras, para dar más hombres a la guerra. O en la Barraca del Placer, para deleite de nuestros Señores.

Cuando volví al catre, ella se hizo a un lado. Entré, despacio. Me abrazó en silencio, cerrando los ojos. Habían puesto una venda sobre su herida. - Tranquila... Todo saldrá bien

Sonrió, y su mano se aferró a mi cintura. Por primera vez, la oí hablar - Lo sé
Los cañonazos volvieron a iluminar el cielo.



Ha pasado una semana. Ella trabaja con nosotras. La llamabamos Ashein, la silenciosa. Desde esas primeras palabras, apenas si había hablado. Por las noches, miraba por las ventanas hacia la Casa Herrein, que se elevaba sobre el monte, rodeada de barracas. Mas de una vez tuvimos que rogarle que se alejara de allí. Una de nosotras la amenazó incluso con un arma, un pedazo de hierro afilado que apoyó contra las costillas de Ashein, haciendo un pequeño tajo. El cuerpo de ella, en ese momento, se volvió hacia su atacante. Aun seguía encorvado. Pero sus ojos...
Fueron suficiente amenaza para que Silk retrocediera, sin atreverse a clavar más su arma.

Han llegado noticias del frente. Uno de los Señores ha sido herido. Y aunque caimos de rodillas frente al Señor Kradick, encargado de vigilarnos, llorando y gimiendo, sé que todas deseamos que el herido fuera Kurgan, de los Señores Herrein, el más despiadado. Las picanas volvieron a dejar su marca sobre la piel de Ashein, haciendola caer.
Pero la pena no es suficiente motivo para que dejemos de trabajar, aunque agradecimos cada segundo que pudimos robarle a la cosecha. Pronto, todas volvimos a recoger frutas bajo el calor sofocante del verano, hora tras hora. Los cañonazos y las bombas resonaban a lo lejos. Podíamos ver el destello del sol en las maquinas voladoras. Un zumbido comenzó a oirse, cada vez más fuerte mientras se acercaban a nosotras. El tableteo de las armas se hizo más fuerte. Una de las naves perseguía a la otra y los disparos se veían como pequeñas chispas al salir de las armas. El señor estaba de pie ahora, mirando la batalla. Era el más joven, apenas un adolescente, y en sus ojos se leía la ansiedad por combatir al lado de los demás. La nave perseguida descendió a solo unos metros de la tierra, volando en nuestra dirección. una andanada de disparos hizo saltar tierra sobre nosotras y automáticamente caimos al piso, cubriéndonos mientras las dos naves pasaban a toda velocidad y comenzaban a alejarse. Luego oimos el grito.

Una de nosotras estaba herida. Sostenía su pierna y pudimos ver que encima de la rodilla, un pedazo había sido arrancado. Ella se agachó a su lado y comenzó a rasgar la ropa de la herida. Sus ojos miraban concentrados la carne lacerada por el disparo. Silk, de ella se trataba, gritaba aferrándose al hombro de Ashein. Las lágrimas dejaban un surco claro en la cara sucia de tierra.

Déjala- La voz de Gyrian resonó clara y fuerte. Sin embargo, ella siguió envolviendo la pierna y apretando la tela por encima de la herida. La picana se clavó en el costado de Ashein, haciendola caer , estremecida ante el choque eléctrico. Que la dejes, esclava!

Los ojos de Ashein se clavaron en la Guardiana. Y entonces, confirmando su locura, se lanzó sobre ella, haciendo a un lado el arma y descargando un puñetazo en el rostro de Gyrian. Casi grito de alegría, pero me contuve a tiempo. Ella sería castigada, y cualquiera que simpatizara con ella, tambien. Cinco Guardianas rodeaban a Ashein, e increiblemente dos más de ellas terminaron en el piso antes de que las picanas la hicieran caer. El Señor Kradick observaba, aun de pie, jugando con el arma en su mano. Todas caimos de rodillas, mirándolo. Bajó hacia donde estábamos. Agaché la mirada, pero pude ver que se dirigía hacia Silk, que gemía dolorida...
Tambien a ella la hizo poner de rodillas, aunque eso la hiciera gritar nuevamente. Sabía lo que pasaría.

Estás malherida, esclava- Aun con sus pocos años, la voz sonó dura y fria -Sabes el Rito

Si... si nno puedo servir a... mi Señor...- La voz temblaba, llorosa .-... no soy digna de estar... en su... Casa

Si no puedes servir a tu Señor, no eres digna de estar en su Casa - dijo, sin la más mínima emoción. Luego, apoyó el arma en la nuca de Silk. El ruido seco del disparo me estremeció.
Al alejarse, hizo un gesto de desgano hacia Ashein - Estaquéenla al sol


Luego, comenzamos a trabajar otra vez. No volvimos la mirada. Sabíamos como estaba ella. Atada a las estacas, desnuda, sufriendo el sol abrasador por el resto del dia. Probablemente siguiera atada durante la noche. Gyrian sostenía un pañuelo contra su nariz rota. Evitábamos mirarla. Ya la conocíamos enfurecida. A lo lejos, los cañonazos recomenzaron.
Cinco horas despues, vimos la estela de polvo del camión que venia a recogernos. Y delante de él, uno de los autos de los Señores. Sé que todas sintieron lo que yo. Miedo, verdadero terror. Había llegado Kurgan Herrein.
Caundo el auto se detuvo, nos arrodillamos con la cabeza gacha. Rogué no ser la elegida. Cuando el señor descendió, ni una mirada se dirigió a nosotras. Caminó directo hacia su hermano menor. No estaba herido. Entonces, el otro hermano o su padre... Pero Kurgan estaba vivo y bien. Deseé que lo hubieran matado y casi al momento cerré los ojos, disculpandome por la herejía.

¿Quien es la puta?- La voz vibrante desató un temblor incontrolable. Kurgan oía el relato del ataque a una de las Guardianas mientras se agachaba al lado de Ashein, admirando su cuerpo. Hubiera sido mejor que la mataran. Comenzó a sacarse el guante con parsimonia y pronto atrapó uno de los pechos de ella. Los puños de la mujer se cerraron de inmediato -No está mal, ¿que hace entre estas... vacas flacas?- La mano bajó por el cuerpo de Ashein hasta apoyarse sobre su sexo. Un par de dedos lo penetraron, aferrándose a él. Kurgan sonrió -Llevenla a la Casa. La castigaré personalmente...

Agradecí que fuera ella y no yo.




Lannean alumbró mi cara en plena noche. Estaba agachada, a mi lado -Pase lo que pase... quédate cerca mío - susurró. Y entonces, las luces de la barraca se encendieron. Ella se puso de pie y la picana se clavó en una pareja mientras el resto de las guardianas, con perros, entraba al lugar. - AFUERA, VAMOS!!! TODAS AFUERA!!! - Me tomó del pelo, tirándolo violentamente hacia atrás - y TU PUTA, VE ADELANTE MÍO. TIRA ESOS COLCHONES AL PISO, VAMOS!!!

Los perros comenzaron a olisquear el lugar, buscando. De alguna forma lo supe. La buscaban. El lugar fue revisado a fondo, dejando en el medio solo un monton informe de colchones, chucherías, las pocas ropas que teníamos... Lannean no dejó que me apartara de ella, ordenandome continuamente que rasgara telas, buscara escondites, golepara las paredes. Probablemente salvó mi vida asi. Fuera, se oian disparos y llantos. Cuando al fin salí, llevada casi a rastras por ella, pude ver al menor de los Señores y a todas las Guardianas de pie. armados. En un rincón, los cuerpos de 5 o 6 de nosotras se apilaban desnudas. El resto temblaba, de rodillas en el piso. El arma del menor de los Herrein se elevaba y se apoyaba en la frente de una de ellas. A la pregunta de donde estaba Ashein, solo seguían llantos o silencio y al final, el disparo. Quince de nosotras murieron asi antes de que un grupo de soldados llegara hablando de las huellas de la fugitiva. Miré a Lannean. Me costó escuchar el susurro. - Kurgan ha muerto. - A lo lejos, comenzaron a sonar los cañonazos...

Pasamos toda la noche de rodillas, mientras el señor Kradick salía en su busca. Las Guardianas nos rodeaban, iluminadas por el relampagueo de los disparos de la batalla lejana. Como si fuera un preludio de peores épocas, los cañonazos recrudecieron, oyéndose por todas partes, incluso en zonas en las que se suponía que no combatían. Al amanecer, el auto del Señor de la Casa Herrein llegó por el camino, junto a un pequeño grupo de soldados. Había miedo en sus ojos. Y entonces las vimos... El cielo se iluminó con el resplandor del sol sobre las naves más grandes que viera en mi vida. No lucían como las nuestras, solo... flotaban. Sin siquiera hacer ruido. Cientos, miles de ellas. Una, tan grande que nos sumió en las sombras, descendió hasta flotar por encima nuestro.


Una rampa se abrió y entonces, decenas de soldados descendieron. Diferentes, altos, con extrañas armaduras y máscaras...
Kradick, fuera de sí, comenzó a disparar hacia los invasores. Una, dos veces, sin afectarlos siquiera. Y el jefe de los otros, sin inmutarse, levantó el arma. Se oyó un ruido seco y el señor de la Casa Herrein salió despedido varios metros hacia atrás, con el pecho hundido, Tambien un par de soldados, Gyrian y otra Guardiana. Nuestros soldados dejaron caer las armas. Todas nosotras supimos que hacer: Guardianas y esclavas, nos giramos hacia el jefe de los invasores, de rodillas, mirando al piso... Y él caminó directamente hacia mí. Rogaba no morir. Haría lo que fuera por no morir... Ni siquiera sabía si me entendería, pero comencé a recitar el Rito.

-Mi Señor... He nacido para servir...- alcancé a decir mientras oía un chasquido metálico y la mano derecha bajó, sosteniendo la máscara. La izquierda se adelantó a mi mentón, y sus dedos levantaron mi rostro... Era ella, Ashein, quien ahora sonreía.

Nunca más, hermanas. Nunca más...